sábado, 14 de marzo de 2020

A DOS TRENES Y UNA VIDA

A DOS TRENES Y UNA VIDA:


Yo no quiero ser ella.
Esa mujer del otro lado del andén.
Sentada, parece que observa todo y nada.
Con sus ideas en el regazo,
sujetadas por esas pequeñas y delgadas piernas
de hueso, puestas ligeramente de lado.

Yo no quiero ser ella. 
Reflejo y espectro del tiempo y,
sin saberlo, casi amiga de la muerte.

Su huesuda cabeza, forrada de desgastada piel.
Lluvia de rayas desde ojos hasta sienes;
y mandíbula sujetada a la fuerza.

La miro desde aquí, a dos trenes y una vida.
Distintos mundos,
distintas atmósferas.
Tan alejadas estamos, 
que no temo cuando posa en mis ojos su mirada.
Nos miramos, cara a cara.
Entonces asiente. Me responde.

Sí, tú serás yo.
Sí, no quieres.
Y asiente.

Entonces llegan ambos trenes.
A la vez se cruzan,
marcando esa imperceptible distancia.

Cuando se  marchan, 
ella ya no está.

Y diría que me quedé allí, sola,
esperando el día en que me tocase
 ser ella en su andén.
Pero entonces se sentó, allí, en su lugar sagrado, una niña.
Yo no quiero volver a ser ella,
ella no quiere ser yo.
Nos miramos fijamente,
sentadas frente a frente.

Llegan los trenes, ya es tarde.
Y una vez en el tren, continúo mi viaje.
Y me hago consciente.
Yo soy ella;
no importa el andén,
sino lo corto que es el trayecto.

Pues los bancos del andén, siempre,
están siendo ocupados.